La vida cisterciense es cenobítica. Las monjas cistercienses buscan a Dios y siguen a Cristo
bajo una Regla y una Abadesa en una comunidad estable, escuela de caridad fraterna. Porque las
hermanas tienen un solo corazón y un solo espíritu, lo poseen todo en común. Al llevar unas
las cargas de las otras, cumplen la ley de Cristo y, al participar de su pasión, esperan entrar
en el reino de los cielos. (Constituciones OCSO, 3)

La comunidad forma un cuerpo en Cristo. Cada una de las hermanas, compartiendo con las
demás los dones espirituales recibidos según la multiforme gracia de Dios, pone sumo
empeño en edificar la fraternidad. (Constituciones OCSO 14,1)

Toda la organización del monasterio tiene como fin que las monjas se unan íntimamente a
Cristo, porque sólo en el amor entrañable de cada una por el Señor Jesús pueden florecer los
dones peculiares de la vocación cisterciense. Las hermanas solamente serán dichosas
perseverando en la vida sencilla, escondida y laboriosa, si no anteponen absolutamente nada
a Cristo, el cual nos lleve a todas juntas a la vida eterna. (Constituciones OCSO 3,5)