Hoy como ayer, Jesús sigue llamando:
“¡Ven y sígueme…!”
¿Por qué un monasterio?
Por el deseo de darse por entero a Jesús.
Orando en unión con Cristo, que intercede por todos.
¿Por qué yo?
La vocación no es algo que tú inventas, es un tesoro que encuentras.
Por lo general, se experimenta como un atractivo que mucho no podemos explicar en un principio y que debe ser discernido junto a un guía.
No es el plan que tú elaboras para tu vida, sino el proyecto que Dios te propone e invita a realizar.
No es principalmente una decisión que tú tomas, sino un regalo que recibes, una llamada a la que respondes con la misma radicalidad, exigencia y promesa de felicidad de que nos habla el Evangelio.
La vocación es Jesucristo invitando a caminar juntos y a querer lo que Dios quiere. La insistencia del Señor en llamarnos es signo de su amor paciente. Nuestra inquietud en la vida suele ser un pre-anuncio de Dios que el nos busca.
La vida consagrada es un intento eficaz de asumir el tipo de vida que llevó Jesús
San Benito en su Regla te dice:
“ESCUCHA, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. Así volverás por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia. Mi palabra se dirige ahora a ti, quienquiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades y tomas las preclaras y fortísimas armas de la obediencia, para militar por Cristo Señor, verdadero Rey”.